Fulgor imperial
No hay muralla, aunque sus romanas piedras campen doquiera se mire.
Incluso tras actual proletario revestimiento, puede aparecer la sorpresa de un blanco sillar bien trabajado.
Emociona pensar el lugar que ocupaba en el conjunto defensivo que el Imperio tardío tuvo que levantar en esta ciudad cuando ya no podía imponer por más tiempo su ley de más fuerte, asumiendo que le tocaba protegerse de quienes querían tomar algo de ese fulgor imperial que se cimentaba, como todos los fulgores imperiales de la historia, en la miseria y la sobreexplotación de unas relaciones laborales flexibilizadas hasta el grado del esclavismo.
Murallas para defender la civilización de bárbaros, invasores, salvajes, porque ya saben que en nuestros libros de historia los bárbaros, invasores, salvajes, son siempre los otros, los que no somos nosotros, porque la nuestra es considerada la civilización por antonomasia, perfectamente legitimada para invadir, someter, avasallar, destruir, apropiarse, esclavizar, a otras civilizaciones menos afortunadas, menos señaladas por el dedo del desarrollo económico-militar.
Todo eso asienta el fulgor imperial, tanto el del pasado, como el del presente.
Fulgor imperial alojado ahora es una humildísima vivienda del Coso bajo zaragozano, visible con sólo bajar un poco la vista, un poco antes de llegar al Millán a por vermú, boquerones y olivas.
Es gratis, de momento, la contemplación de estos sillares.
A pocos metros de la domus también romana entre las actuales calles San Agustín y Olleta, que sigue durmiendo el sueño de los restos arqueológicos sin administración que los ampare.
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